Deixa eu dançar pro meu corpo ficar odara
Minha cara minha cuca ficar odara
Deixa eu cantar que é pro mundo ficar odara
Pra ficar tudo joia rara
(...)
“Odara”, Caetano Veloso, 1977
El biólogo Jerry Coyne, autor del libro Por qué la evolución es una verdad, acostumbra decir que, cuando un artículo de divulgación científica tiene una pregunta como título, la respuesta es siempre “no”. He aquí la excepción a la regla.
Un interrogante recurrente que encontramos aquí en la Revista Questão de Ciência es si nuestra propuesta editorial básica, de señalar las inconsistencias y los errores escabrosos de las doctrinas, terapias y prácticas que forman parte de la gran familia de las pseudociencias, cumple alguna función real y relevante en el universo de la comunicación científica.
Aceptando incluso que el concepto de pseudociencia es útil y válido (lo cual uno de nosotros ya defendió en otro artículo), la pregunta es pertinente, en un sentido bien empírico: a fin de cuentas, confrontar las pseudociencias ¿ayuda a que la sociedad se vuelva más racional? Criticar ideas pseudocientíficas ¿reduce realmente la adhesión de las personas a ellas e, de rebote, el daño que causan?
La respuesta automática (algunos dirían ingenua) es: sí, claro. La persona cree en tonterías, tú le explicas que se trata de una tontería, ella deja de creer. Una visión un poco más sofisticada de la cognición humana, sin embargo, parece sugerir que las cosas no son así de simples.
Por ejemplo, hay alguna investigación que señala la existencia de un “efecto rebote” en la comunicación: a veces, cuando intentamos explicar los hechos a alguien que está convencido de lo contrario —el calentamiento global y la evolución son ejemplos clásicos— después de oír nuestros argumentos, la persona termina más convencida todavía de su punto de vista erróneo.
En medio de la comunicación científica, la constatación de la existencia del efecto rebote se ha sumado a las preocupaciones, legítimas y aún más antiguas, en cuanto al tono ácido de ciertas contestaciones de la pseudociencia —es plausible, a fin de cuentas, que tildar a una persona de ignorante o idiota no ayude a tornarla más receptiva al mensaje que se desea dar.
Esa combinación de factores terminó llevando a algunas personas a creer que la única divulgación científica realmente posible sería aquello que, en homenaje a Caetano Veloso, decidimos llamar “divulgación odara” —supernovas despampanantes, bacterias bioluminiscentes, mariposas bellas, peces coloridos, invenciones fantásticas.
Incluso reconociendo que las pseudociencias pueden ser un problema, los adherentes de la línea “solo-odara-salva” tienden a creer que la divulgación científica, llevada a cabo de esa forma esplendorosa, puede tener una especie de efecto osmótico, educando al público respecto de los modos y métodos de la ciencia, tornándolo menos susceptible a las pseudociencias en el mediano y largo plazo. Y sugieren que la prevalencia de las creencias pseudocientíficas en el mundo actual es prueba de que esta estrategia para confrontar fracasó.
Hay, claro, una serie de errores en esa cadena de razonamientos.
Primero, se confunden riesgos (efecto rebote, tono inadecuado) con inevitabilidades. La respuesta racional al riesgo de ahogamiento no es evitar las piscinas a cualquier costo, es usar flotadores y, después, aprender a nadar.
Existen diversas investigaciones sobre la comunicación de la ciencia, sesgos cognitivos, resistencia a los sistemas de creencias, que pueden ser usadas para mejorar la presentación de los argumentos contra las pseudociencias. Incluso en este mundo de sensibilidades exacerbadas, aún es posible decirle a una persona que está engañada sin necesariamente ofenderla.
Segundo, se confunden los públicos-objetivo: incluso suponiendo que es inútil intentar cambiar el punto de vista de un astrólogo profesional, existe el punto de vista de las personas que irían a consultarlo, si no recibieran a tiempo una orientación mejor. O los padres, informados de que los consejos del naturópata no valen el desgaste de tímpanos que sufren al oírlos, después de todo pueden decidir vacunar a sus hijos.
Si el astrólogo puede ofenderse con una tirada sarcástica o una frase como “la astrología es igual que la creencia en la Tierra plana”, el consultante potencialmente puede tener la curiosidad aguzada por el humor —y buscar más información. Existen estudios que indican que es posible “vacunar” a las personas contra creencias falaces.
Además, existen estudios que sugieren que, más que terquedad ideológica o apego emocional —que serían los principales motores del “efecto rebote”— las creencias falsas persisten por una especie de pereza o inercia mentales, definidas como la falta de estímulo para reflexionar mejor sobre la cuestión establecida. En ese contexto, una declaración provocadora, un pinchazo quizá proporcione el incentivo necesario.
Tercero, no es suficiente señalar la popularidad actual de las pseudociencias para demostrar que el método de confrontar es inútil. No conocemos la condición contrafactual —cuál sería la popularidad de las pseudociencias sin el confronto— y la crítica ignora la diferencia de potencia y de medios entre los campos (todos los periódicos tienen una columna sobre horóscopos; las revistas de dieta y bienestar propagan tonterías a granel). Aparte de eso, la objeción presupone una expectativa exagerada: que todavía haya mosquitos en el mundo no torna inútiles a los insecticidas.
Un test práctico
Al fin, la idea de que la divulgación-odara basta para reducir la vulnerabilidad de la población a las pseudociencias, por ósmosis, no tiene apoyo en las evidencias. Lo que reduce la creencia en las pseudociencias es —¡sorpresa!— la crítica directa a las pseudociencias, siempre que esté bien hecha.
Y nada mejor que un trabajo científico para ilustrarlo. Según Dyer y Hall (2018), es preciso llamar a las cosas por su nombre. Siendo autores de un estudio extenso sobre creencias injustificadas, estos investigadores constatan que la mera comprensión de la ciencia, y de sus métodos, no lleva al rechazo de las pseudociencias.
El estudio se llevó a cabo con estudiantes universitarios, que respondieron a un cuestionario detallado sobre creencias personales que variaban de fenómenos paranormales y medicina alternativa a monstruos como Pie Grande, y OVNIs, y comparó los efectos de dos tipos de instrucción —un curso regular de metodología científica y un curso específico sobre la diferencia entre ciencia y pseudociencia— en la reducción del predominio de creencias injustificadas entre los alumnos.
Las cuestiones a investigar que el estudio se proponía responder eran:
¿Será que un curso de pensamiento crítico que se focaliza específicamente en las pseudociencias puede reducir las creencias injustificadas? ¿Y un curso de metodología científica que no aborde directamente las pseudociencias?
¿Será que existen categorías de creencias injustificadas que son más fáciles de reducir que otras?
¿Existen diferencias cualitativas entre los estudiantes (diferencias demográficas, indicadores académicos, ideologías) que afectan la capacidad de abandonar esas creencias?
Los investigadores aplicaron un cuestionario a dos grupos de prueba y dos grupos de control. El primer grupo de prueba estaba formado por estudiantes de un curso que trató específicamente sobre la diferencia entre ciencia y pseudociencia, donde a los alumnos se les presentaban las falacias más comunes, el uso de la retórica inapropiada, los sesgos cognitivos y el uso indebido de la estadística. O sea, ese curso llamaba a las cosas por su nombre e identificaba lo que es ciencia y lo que es pseudociencia, al mismo tiempo que enseñaba a los alumnos a pensar de forma racional y crítica.
El segundo grupo de prueba estaba formado por los estudiantes de un curso regular de metodología científica, que enseña cómo se hace la ciencia, pero sin mencionar a las pseudociencias. Y los grupos de control participaron en cursos del área de la ciencia, sin relación con la enseñanza del método científico o del pensamiento crítico.
Los resultados fueron analizados teniendo en cuenta el perfil de los alumnos. Los cuestionarios fueron respondidos al inicio y al final de los cursos, para medir la posible reducción de creencias injustificadas e intentar responder a las tres preguntas mencionadas más arriba.
Los nombres y las cosas
Respondiendo a la primera pregunta, el estudio mostró que el grupo que participó del curso sobre pseudociencia fue el que más redujo sus creencias injustificadas. Sobre el tipo de creencias, las más fáciles de reducir son las que tienen que ver con la medicina alternativa, monstruos, poderes paranormales y fantasmas, y las más difíciles son aquellas sobre teorías conspirativas. Las diferencias demográficas entre los estudiantes mostraron una correlación significativa con las respuestas al cuestionario en la fase pre-test, pero no en la reducción de las creencias después del curso.
Se trata de un resultado empírico que asesta un golpe significativo al mito, muy apreciado en el mundo de la divulgación científica odara, que dice que en el combate a las pseudociencias es más eficaz dar solo las herramientas necesarias para que el ciudadano llegue a sus propias conclusiones que sumar, a esas herramientas, una explicación clara de por qué algo no es lo que parece ser.
El área donde hubo mayor reducción de creencias injustificadas fue la de las pseudociencias en la salud. Es una muy buena noticia. Considerando que la medicina integradora y complementaria es un área que puede traer consecuencias graves para la salud pública y para el ciudadano, nos parece que vale la pena invertir en proveer información adecuada y explícita sobre esas prácticas, exponiéndolas como lo que realmente son, sin eufemismos, y sin temer que la exposición clara y franca de la verdad va a ofender a alguien.
Natalia Pasternak es investigadora del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la Universidad de San Pablo, Brasil, coordinadora nacional del festival de divulgación científica Pint of Science para Brasil y presidente del Instituto Questão de Ciência
Carlos Orsi es periodista y editor jefe de la Revista Questão de Ciência
Traducción Alejandro Borgo