Imagine que encuentra en la calle una billetera con cerca de 400 reales (algo más de 100 dólares). Dentro de ella también hay una llave, una lista de supermercado y tres tarjetas de presentación idénticas, con nombre y correo electrónico del dueño de la billetera. ¿Qué haría usted? ¿Qué nos puede decir una situación como esa sobre la naturaleza del comportamiento humano deshonesto?
El pasado 5 de julio, la revista Science publicó un artículo en el que se usó esa situación para medir el comportamiento honesto de las personas en bancos, espacios culturales, sucursales del correo y reparticiones públicas.
La estrategia de la billetera perdida no es nueva. Ejemplos anteriores son los hoy clásicos estudios de la carta perdida, del psicólogo social Stanley Milgram, realizados en la década de 1970. La novedad del estudio actual es su amplitud. Se “perdieron” más de 17.000 billeteras, en diferentes condiciones experimentales (billeteras con y sin dinero, pero siempre con los otros objetos) en 355 ciudades de 40 países.
Ya se habían publicado otros estudios hechos en menor cantidad de países, con métodos semejantes pero, con tamaña amplitud, este es el primer trabajo del que se tiene noticia. Los autores pidieron a una muestra de 299 miembros de la población general -y a un grupo de 279 economistas altamente reconocidos- que intentaran prever los resultados del experimento.
Tanto los no-especialistas como los economistas predijeron que un número mucho mayor de billeteras sin dinero serían devueltas, en comparación con las que tenían dinero. Pero el resultado del estudio contradice todas las expectativas. Los autores relataron que la tasa de devolución de las billeteras con dinero fue significativamente mayor que aquellas que no contenían dinero, y eso ocurrió homogéneamente en 38 de los 40 países investigados.
Diversos mecanismos psicológicos ayudan a entender los resultados aparentemente sorprendentes: por ejemplo, una tendencia general de las personas a verse a sí mismas como honestas, y una preocupación altruista por el bienestar del dueño de la billetera.
Corrupción al margen de la intuición
Entre los varios puntos que este trabajo pone en evidencia, uno refuerza la necesidad de aumentar la nitidez de la lente científica de comprensión de la deshonestidad: el fracaso de los especialistas en prever la correcta incidencia del comportamiento deshonesto y la semejanza de las previsiones entre especialistas y la población en general.
Esa falla en prever el comportamiento humano es recurrente en muchos estudios. Por ejemplo, Milgram, en sus famosos estudios sobre la obediencia a la autoridad en la década de 1960 -en que ciudadanos comunes eran presionados a aplicar shocks eléctricos cada vez más fuertes a colaboradores que, aunque no recibieran ninguna descarga eléctrica real, simulaban gran dolor- realizó una investigación con psiquiatras, solicitando que previesen si los participantes llegarían a aplicar descargas de intensidad letal.
Los especialistas predijeron que cerca de un 2 por ciento llegarían a ese nivel de intensidad. En la condición experimental principal, el estudio de Milgram mostró que el 65 por ciento de los participantes administraron descargas letales. La dificultad de la mente humana, incluso la de especialistas entrenados, para prever comportamientos complejos es patente.
Un gran número de factores limita a la capacidad humana para analizar, sin el apoyo de herramientas robustas, fenómenos complejos. Explico algunas de esas limitaciones y cómo la humanidad desarrolló formas de dejarlas de lado, en este libro aquí.
Los estudios, como el publicado aquí hoy, son las herramientas necesarias para superarlas, basándonos en el buen y efectivo método científico. El producto del pensamiento humano más precioso que la humanidad ya inventó.
El asunto del comportamiento deshonesto y de la corrupción está en nuestra agenda diaria. Es un problema mundial, y Brasil tiene sus particularidades en la búsqueda de soluciones eficaces. El tema de la corrupción tal vez sea lo más discutido entre los brasileños y provocó, en los últimos años, un impacto significativo en innumerables sectores de la sociedad.
Como muestran los datos sobre las previsiones de los especialistas, los gestores y elaboradores de políticas públicas que no consideren los hechos de la realidad empírica son ineficaces. Las acciones pensadas a base de las evidencias son las únicas efectivas, y no aquellas restringidas a la visión personal de los formadores de políticas.
Esto es verdad para las diferentes acciones del sector público, desde las políticas de salud hasta las que pretenden disminuir la corrupción y el comportamiento deshonesto en funcionarios públicos y privados.
Pensando en las particularidades de cada cultura, hay aspectos que necesitan consideración para una comprensión consistente de los factores empíricos relevantes, con el objetivo de formular políticas efectivas.
Las culturas tienen “síndromes culturales”, características de comportamiento ampliamente difundidas entre los ciudadanos que ejercen influencia significativa, inclusive sobre la deshonestidad. Uno de nuestros síndromes, tal vez el más fácilmente reconocido, es la amabilidad.
Ciencia sobre la amabilidad
Hemos emprendido esfuerzos de investigación sobre las bases psicológicoas y comportamentales de la “amabilidad” desde hace varios años, en diferentes trabajos ya publicados (accesibles aquí y aquí). Recientemente, describimos la influencia que un “favor” ejerce sobre la estructuración de preferencias individuales sobre cómo relacionarse con otras personas (accesible aquí). Esas preferencias están organizadas en dos dimensiones, el Favor Simpático y el Favor Tramposo.
El último tiene relación con comportamientos moralmente cuestionables y el aumento de la probabilidad de apoyo a escenarios de corrupción, como demostramos en este otro artículo aquí. Yendo más allá de los estudios sobre los favores, hemos buscado sistematizar las evidencias del área, como el esfuerzo de elaboración del Modelo Analítico de la Corrupción, que engloba un gran número de factores para la comprensión del comportamiento corrupto y que puede verse aquí.
De la misma forma en que nos hemos preocupado en calificar el debate y la toma de decisiones sobre la salud pública, basándola en evidencias, también necesitamos calificar las acciones que pretenden minimizar el comportamiento deshonesto y corrupto, basándonos en evidencias.
Es necesario que los actores relevantes, en ese contexto, estudien esas evidencias, de manera que podamos plantear acciones que extrapolen los límites impuestos por sus cogniciones, aunque los actores elaboradores sean considerados especialistas en el tema. Es frecuente y recurrente que los especialistas sean contradichos, como el artículo publicado en Science, “Civic honesty around the Globe” (Honestidad cívica en todo el mundo) nos hace recordar hoy.
Ronaldo Pilati es profesor de Psicología Social de la Universidad de Brasilia. Sitio: ronaldopilati.org Twitter: @PilatiRonaldo
Traducido por Alejandro Borgo