El mundo mágico y peligroso de la superstición cuántica

Español
29 abr 2019
Autor
Hermes Trismegisto

En su monumental libro de texto sobre la psicología de la superstición, “Believing in Magic”, el psicólogo estadounidense Stuar Vyse señala que uno de los principales determinantes de la creencia en supersticiones es “el deseo universal del ser humano por la autonomía y el control”. Cita el trabajo pionero del antropólogo Bronislaw Malinowski, quien en el famoso ensayo “Magic, Science and Religion” notó que el pensamiento mágico aparece “siempre que los elementos casuales y accidentales, y el juego emocional entre esperanza y miedo, tienen amplio espacio”.

Sobrevivir –ojalá prosperar– en el Brasil de las últimas dos décadas ha sido, fundamentalmente, un “juego emocional entre esperanza y miedo”. Perder este juego regido por el azar y lo accidental no solo significa la ruina económica, sino principalmente, para el pequeño empresario y el trabajador “autónomo”, también la ruina personal y familiar. Por lo tanto, no sorprende que cada vez más personas se sientan atraídas por propuestas supersticiosas.

La galaxia de las supersticiones es vasta, así como lo es el ropaje inagotable que el pensamiento supersticioso –la creencia en un eslabón causal entre eventos no relacionados– puede asumir, y los lenguajes de los cuales se puede apropiar. Cada época tiene sus propios filtros mentales. Hace dos mil años, luces extrañas en el cielo evocaban la idea de ángeles; hoy, de extraterrestres.

Dependiendo del estrato sociocultural en que se vive, apelar directamente a la superstición, o incluso a las formas de religiosidad que se le aproximan, tienden a ser mal vistos, mal aceptados y hasta considerados como tomaduras de pelo. A pesar de ello, el ansia por la autonomía y el control, frente al azar y lo desconocido, sigue siendo apremiante. La solución es disfrazar el pensamiento supersticioso de esoterismo sofisticado –o de ciencia. O ambos.

Hermético

“No encontramos magia cuando el resultado es cierto, confiable y está bajo el control estricto de métodos racionales y procesos tecnológicos”, prosigue Malinowski, en su texto clásico. El ensayo es de 1925, siete años después de la publicación, en los Estados Unidos, de un curioso volumen titulado “The Kyballion”, supuestamente un resumen de la antigua sabiduría esotérica de la escuela greco-egipcia de Hermes Trismegisto.

Hermes es una figura mítica; el origen del mito, una fusión de figuras de los panteones griego y egipcio, es incierto, pero los textos atribuidos a él –que llegaron hasta nosotros– datan de los primeros siglos de la Era Común, aunque los pensadores medievales habían especulado, erróneamente, que serían los escritos de una especie de gran maestro primordial, el profesor que habría instruido a Moisés en el camino del monoteísmo.

Esa imagen de fundador primitivo de la sabiduría occidental todavía es cultivada en ciertos círculos esotéricos, y de ella se vale el Kyballion al anunciar, como primer principio, que “EL TODO es MENTE; el Universo es Mental”. La implicación es que cambiando los pensamientos, se cambia la realidad física: una validación venerable, milenaria y con aires filosóficos, del principio supersticioso del pensamiento mágico: la idea de que pensar hace suceder, acontecer.

Sin embargo, el autor del libro, firmado misteriosamente por “Tres Iniciados”, era estadounidense y se llamaba William Walker Atkinson (1862–1932). Atkinson tenía una serie de pseudónimos, incluyendo el de Yogi Ramacharaka, y fue uno de los padres del movimiento de autoayuda que se hizo conocido como “New Thought” (Nuevo Pensamiento), centrado en el principio de que los pensamientos crean la realidad, que el ser humano se define por lo que piensa de sí mismo y de su lugar en el mundo.

 

Pirâmide com olho

Esta es una afirmación que conlleva una infinidad de matices respecto de su significado, desde los más metafóricos a lo estrictamente literal. Puede querer decir tanto que la autoconfianza es un pre-requisito para el éxito; que quién se concentra en una meta tiende a prestar más atención a las oportunidades para conquistarla; como afirmar que el pensamiento positivo hace magia.

Atkinson se ubicaba en este último campo. Uno de los libros más famosos que publicó con su propio nombre tenía por título “Thought Vibration, Or the Law of Attraction in the Thought World” (Vibración del pensamiento, o la Ley de la Atracción en el Mundo de los Pensamientos), donde afirma que “los pensamientos son una fuerza –una manifestación de energía– con un poder de atracción magnético, y algunas líneas después: “cuando pensamos, hacemos rodar vibraciones de un grado altísimo, pero tan reales como las vibraciones de luz, calor, sonido, electricidad”.

Esas vibraciones, según él, tienen una fuerza tremenda. “No solo nuestras ondas de pensamiento influyen sobre nosotros mismos y sobre otros, sino que tienen un poder de atracción –atraen hacia nosotros los pensamientos de los demás, cosas, circunstancias, personas, ‘suerte’, de acuerdo con la característica del pensamiento más importante en nuestras mentes”.

Esta es, claro, la misma “Ley de Atracción” de la que alardea Rhonda Byrne en su best-seller esotérico de 2006, “El Secreto”. El libro de Atkinson es de 1906, y él ya hacía uso (indebido) de conceptos e ideas que aparecían en la frontera de la física de su época, como “rayos de luz invisibles”. Cien años después, Byrne y otros autores, como Amit Goswami y Deepak Chopra, tenían todo el campo de la física cuántica para jugar (y distorsionar).

Cuántico

La física del siglo XX demostró que la materia y la energía son intercambiables. Los procesos radioactivos, donde los núcleos atómicos inestables decaen emitiendo radiación, necesitan de ese ingrediente para que la energía no sea creada de la nada. Aparte de eso, las partículas subatómicas presentan una naturaleza dual onda-partícula que es fascinante. El mundo subatómico presenta incluso otra faceta, que es la cuestión probabilística: diversas propiedades de las partículas son medidas en términos de medias.

La dualidad onda-partícula es más extraña todavía. Un experimento famoso, que demuestra el carácter dual del electrón, indica que éste se propaga como onda, pero cuando cuando es obligado a manifestarse, es partícula. Entienda que esas manifestaciones se dan a través de “observaciones”, que no son nada más que algún tipo de medición, y ahí se se abre espacio para una enorme confusión lingüística, involucrando no solo el concepto de observación, sino también los conceptos de “vibración” y “energía”.

Goswami y Chopra mezclan “observación” en el sentido de “interacción subatómica”, con “observación” en el sentido de “alguien ve”, y venden la idea de que el Universo sólo asume una forma definida cuando alguien se fija en él. Que la consciencia crea la realidad. Que, al fin, el pensamiento mágico-supersticioso está avalado por la física más avanzada.

Por ejemplo, un e-book titulado “Quantum Sorcery Basics”) (“Lo Básico de la Hechicería Cuántica”), firmado por alguien que usa el pseudónimo “Magus Zeta”, afirma que “la fuerza más poderosa del Universo es el Observador. Cada evento que sucede en el Universo (…) tiene un número infinito de estados cuánticos posibles, hasta que el Observador lo mire”. En “Quantum Healing” (Curación Cuántica), Chopra escribe que la “consciencia crea la realidad”.

Pero la ciencia demuestra exactamente lo contrario. Un experimento reciente se propuso poner a prueba, una vez más, los principios fundamentales de la mecánica cuántica. La medición, que conlleva una previsión teórica conocida como “desigualdad de Bell”, dependía crucialmente de la disposición de un grupo de detectores de partículas: era necesario garantizar que los equipamientos no fueran influenciados por alguna cosa presente en las inmediaciones (se incluía allí la observación de los científicos o cualquier pensamiento mágico).

Para evitar eso, la disposición de los detectores fue definido de acuerdo con señales que llegaban de estrellas ubicadas a 600 años luz de la Tierra –o sea, las señales pasaron los últimos 600 años viajando por el espacio, sin ningún tipo de contacto con lo que ocurría aquí, en el Sistema Solar. Y la mecánica cuántica funcionó perfectamente, a pesar de la ausencia total de interferencia humana; a no ser, claro, que alguien hubiera previsto ese experimento por lo menos 600 años antes de que suceda.

 

Retrato oficial de la Conferencia de Solvay, 1927, que reunió a los principales científicos involucrados en la formulación de la Mecánica Cuántica
Retrato oficial de la Conferencia de Solvay, 1927, que reunió a los principales científicos involucrados en la formulación de la Mecánica Cuántica

“Vibración” y “energía” sufren una descontextualización aún más radical. Cuando un locutor deportivo dice que “la hinchada está vibrando con mucha energía positiva”, ciertamente no quiere decir que las personas en la tribuna pasan por convulsiones provocadas por un flujo súbito de positrones, electrones con cargas positivas.

Del mismo modo, decir que una persona tiene “una energía inagotable” –esto es, que es simpática, transmite entusiasmo, parece estar siempre de buen humor– no significa que nunca vaya a necesitar un cargador para el celular.

La energía emocional y la “energía” que aparece en las ecuaciones de la física cuántica, y que es un constituyente básico de las realidad material que nos rodea, no son la misma cosa, aunque compartan el nombre y un parentesco metafórico. Afirmar que, “según la física cuántica”, los pensamientos deben “vibrar en la frecuencia de la prosperidad” para atraer dinero revela una confusión conceptual comparable a la de creer que la Coca-Cola es un tipo de cola hecha a base de cocaína.

Cuántico y hermético

Verse expuesto a la suerte y el azar produce la tentación de adherir a supersticiones, y el lenguaje del “New Thought”, sea en su estado esotérico bruto o revestido de una pátina cuántica, da la oportunidad de practicar la superstición de manera sofisticada, sin incurrir inmediatamente en las cargas sociales y psicológicas asociadas. Es obvio que el mundo se iba a llenar de gente vendiendo eso.

Y vendiéndolo caro. Hay quien ofrezca por ahí sesiones de “entrenamiento vibracional cuántico”, con derecho a la “reprogramación de ADN” por algunos cientos (o miles, en el caso de acceso VIP) de reales.

Un libro disponible gratuitamente online, titulado “Cómo co-creamos nuestra realidad”, da hasta la “frecuencia vibracional” de los estados emocionales. La vergüenza vibra a 20 Hz. Controlando sus pensamientos y emociones el individuo conseguiría “elevar su vibración”, ¡y voilà! El siguiente fragmento, de esa misma obra, muestra el grado de confusión entre realidad y metáfora:

Pero, ¿qué es una frecuencia? Es la suma de pensamientos, sentimientos y emociones, es lo que hace vibrar tu corazón. Por ejemplo, me quiero comprar un auto, elijo un BMW, ¡y entonces comienzo a imaginarlo! Entro en mi BMW, tengo el sentimiento profundo de estar allá… Cuando sientes ¡estás emitiendo una emoción! Pensamiento, sentimiento, emoción e imagen forman una Frecuencia Vibracional y te elevas, porque tu pensamiento ascendió, no está más en el miedo, en la escasez. Los objetos están todos hechos de materia, pero el mundo está hecho de energía, significa que cuanto menor es la frecuencia (vergüenza, culpa, apatía, miedo) tú quedas prácticamente denso, lleno de materia, no estás vibrando en luz, en energía.

En su obra sobre las supersticiones, Stuar Vyse reconoce que no toda creencia mágica es necesariamente dañina: en algunos casos, las supersticiones ayudan a mantener la serenidad necesaria para que sea posible enfrentar lo inesperado de la mejor forma. Pero destaca que hay supersticiones costosas, que causan daño.

Cita el caso de un estudiante que insistía en solo entrar a un examen después de encontrar una moneda en el suelo –una señal de que tendría suerte en la prueba. La obsesión llegó a un punto en que el joven pasaba horas recorriendo calles y jardines en los días de exámenes.

En el caso del complejo formado por “New Thought”, el esoterismo del tipo de “El Secreto” y autoayuda “cuántica”, más allá de los gastos en libros, entrenamientos, conferencias, videos, etc. y de la propagación de errores fundamentales sobre ciencia, hay que pagar incluso un alto precio psicológico.

Por ejemplo, existen estudios que muestran que visualizaciones positivas –“tener un sentimiento profundo de que ya se es dueño de un auto BMW– confunden más de lo que ayudan a conseguir el objetivo, y pueden favorecer el  desarrollo de problemas como la depresión. Para no decir que no hay resultados menos decepcionantes, un trabajo publicado en el Journal of Marketing ve beneficios de la visualización positiva, pero que “los efectos benéficos existen solo cuando la meta está muy próxima”.

Otros estudios, y libros como “Smile or Die” (Sonría o Muera), de  Barbara Ehrenreich, demuestran cómo la presión de vigilar constantemente los propios pensamientos y emociones, bloqueando y erradicando cualquier semilla de negatividad, fingiendo que jamás ocurre nada malo y forzándose a solo pensar (“atraer”) lo que es positivo, puede ser estresante y desestabilizador. Y como ese tipo de filosofía hace más fácil culpar a las víctimas –de recesiones económicas, de actos de violencia y hasta incluso, en su forma más cruel, culpar a pacientes de haberse provocado a sí mismos, enfermedades muchas veces terminales como el cáncer.

Carlos Orsi es periodista y editor jefe de la revista Questão de Ciência

Traducido por Alejandro Borgo

 

 

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